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Principado de Viana
Navarra es desde el siglo XIII el más pequeño de los reinos peninsulares: desde 1135 sus opciones de expansión hacia el sur habían quedado cerradas, aunque a finales de ese mismo siglo extendieron sus dominios al otro lado del Pirineo gracias a acuerdos feudales y a sus relaciones con los reyes de Inglaterra.
Reinos en la península ibérica a comienzos del siglo XV
Que la sucesión del trono, por vía femenina, introdujera a los condes de Champaña como reyes de Navarra hizo que el reino se insertara de manera definitiva en una intensa red de relaciones políticas, sociales y familiares en Francia. Detrás vendrían los propios monarcas capetos, de nuevo en el trono navarro por el derecho de una mujer; y más tarde el reino se movilizará para traer a su legítima soberana, Juana II de Evreux. Con ella y su marido se inicia un paulatino proceso de renovación de la realeza y lucimiento de la majestad que sin duda culmina su nieto, Carlos III.
Blasones Navarra-Evreux y Aragón
En reino entra en el siglo XV intensamente ligado a intereses y contactos con la realeza y los señores franceses más relevantes, con quienes también ha emparentado. Lo mismo ocurre con las coronas de Castilla y Aragón. Toda la Península vivirá una constante pugna entre fuerzas regias y nobiliarias, y, con el denso entramado familiar que alcanza a todos los tronos, Navarra no escapa a ese mismo contexto. Sus últimos reyes, que también son señores en Francia, lidiaron además con un complejo escenario continental que puso en situación muy difícil su propia supervivencia.
Carlos III accede al trono el 1 de enero de 1387 con una larga experiencia de gestión a la sombra del padre, tanto ante el monarca francés como ante el castellano, con cuya hermana había casado. Además del trono, heredaba un largo conflicto con los reyes de Francia: una dilatada lista de reclamaciones relacionadas con todas las posesiones de los Evreux e, incluso, las del condado de Champaña perdido a la muerte de su bisabuelo, Luis I.
Sepulcro real de Carlos III de Navarra y su esposa Leonor de Castilla (1413-1419)
En la corte parisina, donde vivió largas temporadas, y las ducales de Bretaña, Borgoña o Berry, que también frecuentó, o la pontificia de Aviñón, conoció todas las tendencias de la época relativas al “buen gobierno”: cómo había que gobernar. En la Península no faltó a las cortes regias de Barcelona o Valladolid, ni en el cortejo de los monarcas Trastámara, la familia de su mujer. Compartió la magnificencia y el esplendor de las cortes más brillantes de su tiempo; conoció espléndidos palacios, ceremonias, ajuares. Y quiso todo eso para su propio reino.
Castillo de Olite
Reordenó el patrimonio real y rediseñó sus distritos y su control, renovó instituciones y solventó antiguos conflictos urbanos en Estella o Pamplona; se dotó de escenarios acordes a esa majestad que quería mostrar, como los palacios de Olite o Tafalla y el propio panteón regio en la catedral. Y ensalzó a los grandes nobles y a su propio nieto, futuro heredero, para quien ideó un título singular: un principado. Y también engrasó los sistemas de cobro y fiscalidad, imprescindibles para sostener todo aquello.
Carlos nació en Peñafiel en 1421, a la sombra del castillo que daba nombre al título ducal de su padre, el infante Juan de Aragón –hermano del rey Alfonso V de Aragón, a quien acabará heredando–. Pero Juan era un castellano. El padre, Fernando de Antequera, era hermano del rey Juan I de Castilla, y la madre, Leonor de Alburquerque, era la dama más rica de la corte castellana, conocida como “la ricahembra”. La pareja encabezaba en Castilla un potente conglomerado de posesiones y de aliados nobiliarios que la propia realeza acabó por temer y buscar debilitar; y en 1412 se convierten en monarcas de toda la Corona de Aragón, que desde dos años antes se había quedado sin heredero por vía directa.
Portada de la traducción de la Ética de Aristóteles por el Príncipe de Viana (hacia 1460). British Library
La madre de Carlos, Blanca, heredera del trono desde 1415, había sido reina de Sicilia durante casi 15 años, los últimos seis en solitario, viuda y sin hijos. Era hija de Carlos III y de Leonor de Trastámara; y prima, en realidad, de su marido.
Blanca I de Navarra (siglo XV), Claustro de Santa María la Real de Olite
Carlos de Viana nace, así, en medio de una interesante encrucijada política y territorial: sus padres forman parte de un intenso entramado de intereses familiares y de poder de escala peninsular –también la madre–, al que se suman las reclamaciones familiares en una Francia, que justamente entonces entraba en una fase catastrófica de la guerra de los Cien Años. El pequeño niño viajaría a Navarra en cuanto se pudo, y Carlos III celebró una entrada ceremonial en Pamplona con él en julio de 1423. Entonces ya lo había convertido en príncipe de Viana.
Cuando Carlos III erige el principado de Viana para su nieto, la heredera era en realidad la madre. El rey quiere dotar al reino de un título equiparable al de otros semejantes en todas las monarquías de primer orden.
No se dan en Navarra los motivos que residen en el origen de los otros, ligados a reinos de mucha mayor extensión territorial y referidos a espacios dotados de un conjunto de singularidades, en momentos de especial crisis. Según los casos, se ligaron a los herederos de las coronas de Inglaterra, Francia o Castilla –la Corona de Aragón presenta un contexto un poco distinto– territorios que arrastraban una larga trayectoria de roces con la corona y que, al menos en Inglaterra y Francia, tenían además una clara personalidad jurídica previa, de arduo entronque con la monarquía. Gales había tenido príncipes propios; y cuando Eduardo I pone al frente del principado a su heredero y liga el título a los sucesores, asegura definitivamente su vinculación al reino de Inglaterra. Lo mismo ocurre con Vienne, cuando su “delfín” sea el propio heredero francés, desde mediados del siglo XIV. Y era tío de Carlos III de Navarra.
Documento de concesión del principado por Carlos III de Navarra a su nieto Carlos(1423). Archivo Real y General de Navarra
El rey de Navarra no tiene una necesidad de ese tipo, pero su corte se ha ido rodeando de variados signos de proyección de la majestad regia, y un principado culmina ese perfil magnífico. Pero no lo hace para su hija, quizá porque había llegado a Navarra dotada ya de una dignidad regia, sino para el pequeño niño que era promesa de continuidad del linaje.
Gran sello de Carlos III de Navarra (1423)
El principado de Viana reúne una serie de lugares (Laguardia, San Vicente, Bernedo, Aguilar de Codés, Genevilla, Lapoblación y Cabredo, además de la propia Viana) que de manera global cabe encuadrar en el territorio que conocemos como la Sonsierra. Se trata de una comarca de frontera protegida al norte por las sierras de Cantabria y Codés y al sur por el Ebro. A modo de punta de lanza, su extremo más occidental es la localidad de San Vicente de la Sonsierra, hoy riojana, que en su propio nombre recoge una imagen topográfica muy clara que ya refieren los documentos desde al menos el siglo X: la “Subsierra”, la “Sosierra”, es decir, la tierra bajo la sierra, al amparo de la sierra. De esas sierras indicadas.
Territorios que ocupaban el Principado de Viana en la Sonsierra en el momento de su institución (1423)
Resulta interesante destacar que, si bien no conforma un espacio conflictivo en sí mismo –como ocurre con otros convertidos en principados destinados a los herederos del trono–, sí presenta algunos rasgos afines con perfiles fronterizos que pudieron preocupar a los monarcas. Las tierras riojanas y alavesas tenían una larga trayectoria de vaivenes entre ambos reinos y sus nobles se movían habitualmente de manera muy fluida entre las fidelidades de uno y otro lado. Que Carlos III seleccionara precisamente estos enclaves para conformar el principado no puede ser casualidad en una época de grandes tensiones internas castellanas que afectaban a su misma familia. Su propio nieto debía heredar importantes dominios en Castilla. Ni es casualidad que en los años centrales del siglo XV casi toda la comarca se perdiera para Navarra, con la excepción –precisamente– de Viana y unas pocas localidades más.
El principado estaba conformado por un conjunto de villas –buenas villas casi todas–, en torno a las cuales giraba una serie de pequeñas aldeas. Unas y otras generaban unos ingresos que la corona cobraba y anotaba en sus libros de cuentas; también se producían beneficios por el tráfico de mercancías, dado que lo atraviesa una relevante vía de comunicaciones con Castilla.
Sin embargo, y aunque el documento del privilegio indica que todos los derechos corresponden al príncipe, nunca se articuló un distrito delimitado y en manos de Carlos o de los sucesivos príncipes o princesa de Viana. De hecho, los beneficios que producía no alcanzaban para sostener al propio príncipe, ni seguramente se pretendió que así fuera. El hecho es que nunca salió de la gestión directa de la corona, y los lugares siguieron constando en el mismo orden previo en sus libros de Comptos, no como una entidad separada, bajo la responsabilidad de los recibidores y merinos de Estella. El príncipe no nombraba cargos ni tuvo delegados o residencia propia allí.
Gros acuñado por Carlos, príncipe de Viana (1441-1461). Museo de Navarra
El principado se configura, por tanto, como un conjunto de derechos referidos al príncipe. Es un título prestigioso, sobre todo, y se dibuja un espacio fronterizo, pero no se separa del aparato de administración global del reino. Sus beneficios van a las cuentas del rey. No adquiere un perfil político ni se rodea de signos propios, un escudo de armas o un pendón. Es, esencialmente, un elemento de dignificación y, quizá, de consolidación navarra de un territorio de frontera, más frágil.
Armorial Bellenville (Flandes, siglo XIV). Bibliothèque Nationale de France
Resulta interesante en Viana cabeza del principado, y al que da nombre. El territorio cuenta con otras buenas villas de larga tradición, pero el monarca se fija específicamente enésta, que había recibido fuero de francos en 1213. El pequeño Carlos también ostentó otros señoríos relevantes en Navarra: Corella, Cintruénigo, Peralta o Cadreita, también situados en lindes estratégicos del Ebro, pero ninguno tuvo el significado y renombre de Viana: le dio el título que lo acompañó siempre.
Territorios asignados a Carlos, príncipe de Viana, en 1423
Ante otras entidades como Laguardia –más poblada, estratégicamente significativa y jurídicamente una buena villa más antigua–, Carlos III distingue a Viana como cabecera del territorio. Situada más en la retaguardia, y por tanto más protegida, Viana presenta un rasgo muy singular, si tenemos en cuenta el papel de dignificación y proyección de la majestad que reside en la fundación del principado. La localidad ostenta casi el mismo nombre que la que designa el principado destinado a los herederos de la corona de Francia desde que el delfín Carlos de Vienne, primo de Carlos III, se convirtiera en su primer titular y a la vez heredero del trono en 1349. El rey de Navarra no solo reproduce el formato de este tipo de entidades de prestigio regio, sino que cuenta además con una buena villa que luce un nombre casi idéntico: Viana. Viana es la Vienne de los Evreux-Navarra.